En Tlaxcala, un estado que conserva vivas sus tradiciones, su arquitectura virreinal y su tranquilidad…

Enclavada en el municipio de Canatlán, uno de los valles más fértiles del estado de Durango, la Hacienda de La Sauceda es un símbolo de la arquitectura rural del siglo XIX y un importante testimonio del desarrollo agrícola de la región. Su historia, marcada por la producción de trigo, manzana y ganado, está ligada al auge económico que vivió el norte del país durante el Porfiriato, cuando las grandes haciendas dominaban el paisaje social, económico y cultural de México.
Hoy en día, aunque ya no opera como unidad agrícola, esta hacienda se mantiene en pie y ha sido objeto de restauraciones parciales con el fin de preservarla como espacio patrimonial. Su imponente casco, rodeado de naturaleza y con acceso a comunidades cercanas, la convierte en un sitio de interés para el turismo cultural, ideal para quienes desean adentrarse en la historia profunda de Durango.
Historia de una hacienda frutal y cerealera
La Hacienda de La Sauceda fue establecida durante el siglo XIX, en un momento en que el valle de Canatlán comenzaba a consolidarse como uno de los centros agrícolas más importantes del norte de México. Su nombre proviene de los sauces que rodeaban los manantiales de la zona y que daban sombra a los caminos de los trabajadores y viajeros.
Durante su época de esplendor, la hacienda contaba con vastas extensiones de tierra dedicadas a la producción de trigo, maíz y frutales, particularmente manzanos, además de ganado vacuno y ovino. La propiedad funcionaba bajo un sistema de trabajo estacional, con peones que habitaban en el casco de la hacienda y en viviendas auxiliares.
También operaban talleres de carpintería, herrería, molinos y bodegas de grano.
Como muchas otras haciendas mexicanas, La Sauceda sufrió transformaciones profundas con la llegada de la Revolución Mexicana y, posteriormente, con la reforma agraria. La tierra fue repartida y el modelo de producción agrícola centralizada dio paso al ejido. Aun así, el casco de la hacienda logró preservarse en buena parte y, hoy en día, se reconoce como parte del patrimonio cultural del municipio de Canatlán.
Ubicación y acceso: entre campos y huertos de manzanos
La Hacienda de La Sauceda se encuentra a unos 12 kilómetros al noroeste de la cabecera municipal de Canatlán, lo que equivale a un trayecto de aproximadamente 20 minutos en automóvil. Desde la ciudad de Durango, se llega tomando la carretera federal 23 hacia Canatlán y luego desviando hacia la comunidad de La Sauceda.
El entorno es rural y sereno, con campos cultivados que varían según la temporada. La ruta es ideal para quienes disfrutan del paisaje agrícola, especialmente en primavera y otoño, cuando los huertos de manzanas florecen o comienzan su cosecha. También es común encontrar ranchos familiares en los alrededores, algunos de los cuales ofrecen productos locales o recorridos agroturísticos.
Atractivos cercanos: historia, naturaleza y tradición
Una visita a la Hacienda de La Sauceda puede formar parte de una experiencia más amplia por el municipio de Canatlán, conocido como la “Capital de la Manzana”. La región ofrece recorridos por huertas de frutales, principalmente manzanos y duraznos, así como talleres familiares donde se elabora sidra, mermeladas, licores y productos orgánicos.
A escasa distancia también se puede visitar la Hacienda de Dolores, hoy convertida en museo comunitario, que conserva documentos, herramientas y mobiliario de época. Esta complementa perfectamente la visita a La Sauceda, ya que ambas comparten origen agrícola y arquitectura similar.
Si el visitante desea extender su recorrido, puede dirigirse a la ciudad de Durango, a menos de una hora en automóvil, para conocer su centro histórico, museos, templos coloniales y otros atractivos turísticos.
Gastronomía regional: entre la manzana y el trigo
La riqueza agrícola de Canatlán se refleja también en su gastronomía. La región es famosa por su pan casero de trigo, horneado en leña y en formas tradicionales, como empanadas rellenas de fruta o panecillos dulces. También destacan los platillos a base de carne de res y cerdo, preparados en guisos como el asado rojo, el chile pasado y las caldillas.
Durante la Feria de la Manzana, celebrada entre agosto y septiembre, se pueden degustar una gran variedad de platillos y bebidas elaborados con esta fruta, que van desde el pay y el panqué, hasta el vinagre, la sidra espumosa y los licores dulces.
En las comunidades cercanas a La Sauceda también es común encontrar quesos frescos, crema batida, cajeta, y conservas caseras de durazno, membrillo o tejocote, disponibles en pequeños mercados o ventas a pie de carretera.
Consejos para el visitante
Acceso y horarios: Aunque la hacienda no opera formalmente como museo, es posible visitarla mediante coordinación con autoridades locales o con guías comunitarios de Canatlán. En eventos especiales como ferias o festivales culturales, el acceso suele estar abierto al público.
Visita responsable: El casco de la hacienda es una estructura antigua, por lo que se recomienda recorrerla con precaución, evitando zonas deterioradas o no habilitadas. Es importante respetar el patrimonio arquitectónico.
Temporadas ideales: Los meses de primavera (abril-mayo) y otoño (agosto-septiembre) son ideales para visitar, ya que el clima es templado y los campos están más activos. En época de lluvias, algunas rutas rurales pueden volverse fangosas.
Transporte: Se recomienda llegar en auto particular, ya que las rutas de transporte público hasta La Sauceda son limitadas. También es útil llevar agua, sombrero y cámara fotográfica.
Apoyo local: Comprar productos regionales o contratar servicios de guías comunitarios contribuye a la conservación de la hacienda y de las tradiciones de la región.
Un rincón con alma campesina y memoria histórica
La Hacienda de La Sauceda representa la historia viva de los valles del norte de Durango: una historia de trabajo agrícola, arquitectura funcional y comunidades que han sabido adaptarse al paso del tiempo sin perder su identidad.
Visitar este sitio es una oportunidad para reconectar con la herencia rural del país, apreciar el valor del patrimonio material e inmaterial y dejarse sorprender por la tranquilidad de un entorno que conserva la esencia del México profundo.
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