Ubicada en el corazón de Morelos, la Hacienda San Carlos se alza como un escenario…

En el pequeño pueblo de Tecoh, a solo 40 minutos al sureste de Mérida, se levanta una de las haciendas más enigmáticas y singulares de la península: Hacienda Tecoh. Este espacio no es una hacienda típica restaurada para el turismo convencional, sino una obra de arte en sí misma, intervenida por el artista mexicano Jorge Pardo, quien transformó la antigua estructura en un refugio de contemplación, diseño y memoria. Más que un hotel o casa de descanso, Tecoh es una experiencia sensorial donde el tiempo, la ruina y el color se entrelazan con la historia profunda del lugar.
Rodeada por selva baja y comunidades mayas, esta hacienda abandonada durante décadas fue cuidadosamente convertida en un sitio que no solo respeta la arquitectura original del siglo XIX, sino que la resignifica desde una propuesta estética que mezcla tradición, innovación y arte contemporáneo. El resultado es un lugar que desconcierta y maravilla, que invita a mirar, a habitar, y sobre todo, a sentir.
Un proyecto artístico habitado
Hacienda Tecoh fue restaurada entre 2007 y 2011 por encargo del coleccionista y empresario Alexander Vik, quien encargó al artista Jorge Pardo la transformación del espacio. El proyecto no solo consistió en rehabilitar las ruinas, sino en crear una obra total, una instalación monumental habitable donde cada detalle —desde las lámparas hasta los mosaicos, desde las puertas hasta los muebles— fue diseñado por el propio Pardo. El resultado es una hacienda como ninguna otra: cromática, geométrica, poética y profundamente inmersiva.
Lejos del blanco minimalista o del estilo rústico colonial que domina otras restauraciones, Tecoh es una explosión de color, texturas y formas orgánicas que dialogan con el entorno y con la historia del lugar. Las ruinas no fueron borradas, sino integradas: los muros fragmentados, las columnas desnudas y los espacios abiertos cuentan la historia del paso del tiempo, pero también de una nueva manera de habitar la memoria.
Hospedaje exclusivo, casi secreto
La hacienda funciona bajo un esquema de renta completa y exclusiva. No se trata de un hotel abierto al público en general, sino de una residencia privada disponible para estancias muy cuidadas. Puede alojar hasta 12 personas en sus diferentes habitaciones, todas repartidas en distintos pabellones que combinan la ruina original con volúmenes contemporáneos. Cada espacio ha sido intervenido con el estilo característico de Pardo: mosaicos con patrones geométricos, estructuras de madera torneada, tragaluces caleidoscópicos y muebles diseñados a medida.
Las habitaciones cuentan con amplias terrazas, camas king size, ventilación natural y un diseño que privilegia la conexión visual y emocional con el entorno. No hay televisión ni lujos estridentes: el verdadero lujo aquí es el silencio, el arte y la experiencia estética cotidiana.
Diseño radical en un contexto rural
La propuesta de Tecoh rompe con las nociones tradicionales de restauración patrimonial. En lugar de replicar el pasado o esconder las marcas del tiempo, el proyecto propone una intervención honesta, vibrante y provocadora. El diseño no busca agradar a todos: desafía, inspira y transforma.
Los mosaicos diseñados por Pardo cubren pisos y muros con patrones hipnóticos que se extienden por varios edificios; las estructuras de madera curvada forman pérgolas, marcos y escaleras escultóricas; las luminarias son verdaderas piezas de arte suspendidas. Cada elemento, por funcional que sea, se convierte en parte de una narrativa visual que recorre todo el espacio.
A diferencia de otras haciendas convertidas en hoteles boutique, Tecoh conserva su carácter enigmático, como si flotara entre dos tiempos: el del esplendor del siglo XIX y el de una nueva forma de ver la arquitectura, el paisaje y el arte.
Un entorno natural silencioso y profundo
La hacienda está rodeada por una propiedad de más de 80 hectáreas de vegetación nativa, que ha sido preservada con mínimo impacto. El terreno incluye senderos entre árboles, un cenote en estado natural, espacios de descanso al aire libre y una piscina en forma orgánica que parece fundirse con la vegetación. No hay jardines ornamentales ni paisajismo artificial: lo que domina es la selva baja, los cantos de las aves, la humedad del ambiente y el murmullo constante del viento.
La vida en Tecoh se rige por los ritmos naturales. Los amaneceres iluminan lentamente los mosaicos de colores; las noches caen sin ruido sobre los techos altos y los muros fragmentados. Todo invita a la pausa, al descanso contemplativo y a una experiencia íntima con el entorno.
Un destino para la introspección creativa
Más allá del hospedaje, Hacienda Tecoh ha sido escenario de residencias artísticas, filmaciones, encuentros intelectuales y retiros creativos. Su carácter híbrido —entre casa, obra de arte y ruina— la convierte en un espacio ideal para quienes buscan inspiración, soledad activa o una experiencia estética distinta.
Aunque el lugar ofrece servicio completo —incluyendo cocina y atención personalizada—, no es un destino de entretenimiento ni de turismo convencional. Aquí no se trata de tener un itinerario, sino de entregarse al tiempo lento, a la observación y a la experiencia sensorial. Es, en muchos sentidos, un refugio para el pensamiento.
Una experiencia estética transformadora
Hospedarse en Hacienda Tecoh no es solo pasar unos días en un lugar bonito. Es aceptar una invitación a mirar de otra manera. A reconocer la belleza en lo inacabado, en lo fragmentario, en lo inesperado. A vivir el arte no como algo que se visita, sino como algo que se habita.
En cada rincón de la hacienda hay una pregunta lanzada al visitante: ¿qué es una casa?, ¿qué significa restaurar?, ¿cómo convivimos con el pasado sin negarlo? Tecoh no responde, pero sugiere. Y en ese gesto está su mayor riqueza.
Hacienda Tecoh representa una de las propuestas más audaces y poéticas en el paisaje de las haciendas yucatecas. Alejada del turismo de masas, ofrece una experiencia profunda, estética y sensorial que conjuga historia, arquitectura, arte contemporáneo y naturaleza. Es un destino para quienes buscan algo más que comodidad: una forma distinta de habitar el tiempo, la memoria y el presente. Un lugar que se queda en la mirada, en el cuerpo y en el pensamiento mucho después de haber partido.
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